lunes, 22 de agosto de 2016

Una luz a la figura de Bafumet

Es un gran gusto saludarlos una vez más. Me alegra mucho ver todas las visitas que tuvo el blog desde publicado el último post, y más alegría me produjo leer sus comentarios de apoyo (descartando, por supuesto, las ofensas e imprecaciones de los desertores y enemigos, que nunca faltan), ya sea que compartan mis ideales o no, pero siempre presentando sus opiniones con respeto, como debe ser. Ahora, como lo prometí, en esta entrada explicaré bien a bien en qué consiste el culto que predico, con lo cual espero arrojar un poco de luz a la figura de un escritor usualmente calificado como subversivo, transgresor, pornográfico, aunque también etiquetado como un genio contemporáneo, que adoptó el nombre de Bafumet Acene.
Pertenezco a un pequeño grupo (llámese secta, si así se quiere, pese a que nosotros preferimos evitar tal calificativo) en ascenso llamado La Orden de los Nueve Imperios. Nos definimos como un  culto de verdaderos satanistas, con sus orígenes en tiempos inmemoriales, casi desde que el hombre es hombre, y no como los nuevos movimientos blasfemos y difamatorios que llenan de sofismas las cabezas de los fieles y se han ido apropiando de nuestros símbolos para justificar una supuesta rebelión, fachada infame que tapa sus verdaderas intenciones, que son saquear el bolsillo de la gente y no pagar impuestos para vivir cómodamente en esta sociedad degradada, asquerosa; ellos son moscas que desprestigian la verdadera fe de Satán, y deben ser aplastadas para que dejen de esparcir excremento por donde quiera que pasan. Debe quedar bien claro que el auténtico satanismo no es únicamente una religión, sino todo un estilo de vida diseñado para elevar al hombre a su máxima expresión, un ser extraordinario capaz de conjuntarse con las criaturas cuasi perfectas conocidas como demonios, capaces de realizar actos que desafían lo que hemos definido como leyes naturales y, con la ayuda del Señor, utilizar las fuerzas del Universo para cambiar el mundo a su antojo y elevar el espíritu hasta el punto de gobernar hasta el último rincón del cosmos, en espera del momento en que debamos volver al centro del Todo.
El nombre de Los Nueve Imperios se desprende de nuestra creencia de que el Universo está regido por nueve deidades principales, que al mismo tiempo comandan las legiones de los seres angelicales, emisarios del Autor, para ayudar o castigar a los hombres y otras creaturas inteligentes y así mantener el equilibrio de las cosas. Los nueve Grandes Dioses son los siguientes:
Asmodeus, el ser de muchos rostros. Es la deidad que representa la lujuria y la ira, ambas cualidades que nosotros consideramos no sólo buenas, sino necesarias para el desarrollo del ser humano. Él es quien defiende la libre sexualidad y las pasiones humanas, sean las que sean, pues todo instinto natural debe ser respetado y, más aún, seguido. Es quien ayuda a sus adoradores a unirse con diversas parejas sin que sentimientos limitantes, como el amor, destruyan el placer; también ayuda a sus seguidores a entregarse libremente al goce sin preocuparse por enfermedades o embarazos no deseados, pues el que busca la plenitud, y ha trabajado para ganarse el favor de esta divinidad, merece hacerlo sin obstáculos. De igual forma, este mal llamado diablo inspira a los artistas para crear obras que enaltezcan sus figura y pregonen la filosofía que nace de su seno. A él se debe recurrir cuando la sed de venganza carcome el alma, pues ayudará a consumarla por los medios que el adorador prefiera. Ayuda directamente en el proceso de crecimiento espiritual, pero no por eso debemos pensar que es menos poderoso que sus colegas, pues su ego es grande y a quien lo ofenda le espera la más terrible de las venganzas.
Como todo ser espiritual, no posee forma corpórea, aunque se le suele representar como un ser con varias cabezas, una de ellas humana, otra de un toro, una más de un carnero y una cuarta de una criatura parecida a un ogro, todas ellas símbolos de su poderoso líbido, ya que es verdad que posee el ingenio de un hombre, la fuerza de un toro, la virilidad y fertilidad de un carnero y la ira y el desenfreno de un ogro. Asimismo, se presenta a quien lo invoque como una persona galante, atractiva y de finos modales, sin embargo, se debe evitar, como con todas las deidades, verlo directamente a los ojos, pues su poder es tal que puede matar o sumir a una persona en la más honda locura en caso de mirarlo por los espejos que reflejan su alma.
Para invocarlo, el practicante debe permanecer tres días en un ayuno completo (incluyendo el ámbito sexual) por la ironía con respecto a las prácticas de los ignorantes amantes que deseaban combatirlo permaneciendo en el lecho nupcial por ese lapso antes de consumar su matrimonio; se debe vestir con una túnica roja, símbolo del deseo carnal y la pasión, pero cuidando de tener la cabeza descubierta todo el tiempo, puesto que, como ya se dijo, a este espíritu le gustan los buenos modales; una vez que se logra materializar a Asmodeus, se debe permanecer con la cabeza agachada. Él responderá cualquier pregunta que se le formule, incluyendo información sobre acontecimientos futuros, pero el tema que más le gusta es, por supuesto, el de las relaciones íntimas. Cura impotencia, infertilidad, disfunción eréctil, falta de apetito sexual y ayuda a conseguir a las parejas deseadas, sean quienes sean. Sin embargo, se debe tener cuidado en cada uno de los pasos, porque éste es un demonio bromista, y se complace engañando y gastando bromas a quien comete cualquier tipo de error al hablar con él. Es más propicio invocarlo en los meses de enero y febrero. Y una vez que se ha pactado con él, el sujeto recibe un anillo, símbolo de la unión con el dios; el adorador de Asmodeus es capaz de leer los pensamientos de sus semejantes, pasar desapercibido en un lugar abarrotado de gente y adquiere una potencia sexual extraordinaria. Mas hay que rendirle tributo entregándose a cualquier pasión que conciba la mente, aun si se trata de incesto, estupro, violación, bestialidad o necrofilia, pues no hay nada prohibido o que sea antinatural para este ser; él está por encima de la moral y las leyes humanas, y protegerá a sus servidores.
Abaddon, la estrella del abismo sin fin, el portador de todas las plagas, el Destructor, el Cazador de olfativos. Con estos y muchos nombres más se le conoce a este dios, y existe a su alrededor muchas discusiones acerca de su naturaleza: si es un ángel escogido por el dios cristiano para castigar, o transportar a los muertos al otro lado, que si es un demonio que traerá consigo infinitas langostas para torturar a los seres humanos en el fin de los tiempos, que si será precisamente él quien finalmente encadenará por el resto de la eternidad a Satanás. Todas estas teorías nacen de la ignorancia y la poca capacidad de comprensión unidas al manejo político de ese hormiguero corrupto llamado Iglesia, porque lo que sucede con Abaddon, y los demás dioses, es que posee una dualidad, y más en este caso en particular en el cual intervienen ciertas circunstancias que los altos mandos del Vaticano se han esforzado por ocultar (con un temor muy justificado) y que ahora les presentaré.
Abaddon surgió del seno del Todo en los primeros instantes de la Creación, y contempló el Caos primigenio, con lo que pudo vislumbrar también el fin de todas las cosas. Es por ello que el Todo lo nombró como el portador de la Verdad, el que puede ver las cosas en sí mismas y se convirtió, como más tarde lo nombrarían los denominados hijos de Set, en el Destino. Durante la construcción de este nuestro mundo, Abaddon miraba solitario las transmutaciones y el acomodo de la Tierra y de vez en cuando modificaba la arquitectura. Fue de esta manera como creó (algunas teorías dicen que por accidente, pero en verdad fue un plan concebido en el ocio y la soledad) al ser humano, a quien hizo de tamaño mediano en comparación a los demás seres vivos para que pudiera vivir cómodamente, le dotó de inteligencia y, por razones oscuras, lo cargó con una gran energía sexual. El primer humano fue hembra, pues a Abaddon le gusta la perfección. Él, por supuesto, sabía muy bien cuál sería el rumbo que tomarían las cosas, pero al ser el primer brazo del Todo, adquirió ciertas propiedades cercanas a los sentimientos, razón por la que continuó con su proyecto, con el inexplicable permiso del Padre. Llegó el punto en que sus hijos alcanzaron la civilización, y con ello le dieron la espalda, hasta el momento de levantar el gran Imperio occidental y judeocristiano que nos domina a la fecha. Entonces el Todo lo condenó, y su mayor atributo, la clarividencia, se convirtió en su más insoportable maldición. Abaddon conoce el Fin, es el Fin en sí mismo; es una deidad nostálgica que añora a sus hijos perdidos en el camino y por los que está condenado a torturarlos y castigarlos al ser el portador del caos y la destrucción, el causante de las guerras. De la misma manera, es el elegido para revelar a sus hijos selectos el plan que traerá consigo el nuevo orden.
Cuando llegue el día, Abaddon ascenderá de la tierra junto a sus hermanos, desatando la última de las guerras que traerá consigo enfermedades y pestes nunca antes vistas, y los infieles y blasfemos sufrirán terribles dolores, sus carnes arderán a la temperatura del sol, miles de agujas atravesarán sus pieles, aceite hirviendo penetrará por sus intestinos, pero no podrán morir, sino que sufrirán estos y miles de suplicios más hasta expiar sus culpas.
A este ente también se le conoce como el cazador de olfativos, y esto se debe a que persigue a los médiums de esta clase (les recomiendo investigar sobre tipos de médiums y, en general, consultar libros sobre ocultismo y espiritismo), pues como él mismo es el Sabueso, anhela el don de estas personas y desea absorber sus espíritus. Pese a esto, a Abaddon no se le puede invocar, a menos de que pertenezcas a sus favoritos.
Lamashtu. Esta deidad, como todos los seres de los altos planos espirituales, carece de sexo o género; no obstante, a unas de sus partes se le nombra como una entidad femenina por los atributos que describiré enseguida. Lamashtu tiene un gran instinto maternal que muchas veces se le malinterpreta y, en medio de la manipulación cristiana, toma un carácter negativo. Es la madre de los niños de los ojos negros, infantes que han fallecido recién nacidos o a muy temprana edad; estos pequeños, tan populares en relatos y leyendas, que aparecen en las ventanas y tratan de entrar a una casa, Lamashtu a veces busca a uno (nadie sabe cómo o por qué los elige) y se lo lleva consigo para sacarlos de ese, podríamos decir, purgatorio y regresarlos al ciclo universal. La patrona del control natal, su papel en el fin del tiempo moderno es volver infértiles a todos los no selectos para así limpiar la especie y crear una nueva raza humana que lleve al mundo a una era de prosperidad.
Tiene cabeza de león (algunos artistas la representan como de chacal), orejas de burro, patas de cuervo y grandes manos que sostienen una serpiente cada una. Algunos expertos la asocian con el espíritu de los mitos ocultistas vulgarmente llamado Manotas, pues, como se sabe, Lamashtu es la madre de varios monstruos y criaturas antes humanas, que le sirven en sus misiones en el campo corpóreo. Va montada en un burro que tiene los ojos inyectados en sangre y a veces se le pinta amamantando a un perro y a un cerdo.
Lamashtu, en su búsqueda permanente de hijos que pueda criar y educar para la próxima revolución, se le presenta en sueños a las embarazadas y madres recientes. Su accionar resulta misterioso, y es que es un ser de otro plano y no busca o pide las cosas como cualquier persona lo haría; los sueños que induce son confusos, muchas veces atemorizantes, en los que la diosa le pide a las madres que entreguen a sus hijos, o en otras ocasiones las incita a educarlos como ella lo haría, en la medida de lo posible. Igualmente se les presenta a las parejas de ellas, con el objetivo de seducirlos y robar su semen para crear otras criaturas, mas estas tareas suele dejárselas a sus emisarios, conocidos como súcubos e íncubos. La ignorancia y el miedo, así como el oportunismo de la Iglesia, originó la creencia de que la diosa rapta y asesina a mujeres y sus maridos, o que se lleva a los recién nacidos para devorarlos. Nada más lejano a la realidad. Aunque quizá esté un poco justificado ese temor, porque, como ya dijo, sus métodos nos pueden parecer siniestros por estar fuera de nuestro entendimiento. Aparte, trae consigo los vientos y la lluvia para las cosechas, en beneficio o perjuicio, dependiendo su voluntad sobre la vida o muerte de los habitantes del mundo. Es la asesora de los políticos. En una curiosa y aparentemente contradictoria estrategia, los incita a la corrupción y otros vicios para luego castigarlos, pero esto se trata de una prueba para elegir a los aptos para gobernar en el nuevo orden.
Su dualidad masculina lleva el nombre de Pazuzu, el rey de todos los vientos y el guardián de la Puerta. Cabeza de león y cuerpo humano, con las manos apuntando hacia la vida y la muerte, la maldad y el bien, de gran pene en forma de serpiente y enormes alas iguales a las del halcón. Pazuzu es el amo y señor de los íncubos y súcubos, quien guarda el semen que ellos recolectan. Su función principal es el de regresar a sus respectivos planos a los diversos espíritus de cualquier jerarquía que se han rebelado y se han salido de la causa fundamental. Este es un demonio (y se me disculpará que empiece a emplear este término, pero es que en realidad es muy hermoso por sus connotaciones actuales) muy interesante del que me gustaría hablar en otra ocasión.
A Lamashtu, y a su parte masculina, se le puede llamar por medio de un sacrificio, mas el lector no debe pensar que, como difaman los católicos, es necesario matar a un bebé para atraer la atención de la diosa. No. Es suficiente una minúscula cantidad de sangre, ya sea animal o humana, y puede ser la propia, aunque funciona mejor si, efectivamente, es la de un recién nacido, aunque el pequeño no necesita estar siquiera presente en la ceremonia, basta con tomar una gota de su sangre en un papel y ofrecérsela a la diosa. Ella, si el que llama resulta de su agrado, podrá ayudar en los lances amorosos, así como puede fungir de ajustadora de cuentas en casos de infidelidad, y pondrá en las propias manos del seguidor el poder sobre su descendencia. Se le puede pedir el favor de conseguir un puesto político o algún cargo similar, sin embargo, hay que tener cuidado porque desde ese momento te estás sometiendo a una prueba para ver si eres capaz de resistir las tentaciones y convertirte en alguien digno para pertenecer a los escogidos para la nueva era.
Belcebú, igualmente reconocido como Baal, el Señor de las moscas, apodo originalmente peyorativo usado por los hebreos para referirse a este dios ya conocido por los filisteos, quienes practicaban sacrificios humanos y dejaban los cuerpos en los templos, que se llenaban de moscas. Él es el sumo representante del honor y el orgullo, y ayuda a quienes disfrutan de su favor a que se cumplan sus más grandes ambiciones, de cualquier tipo. No obstante, si ese orgullo crece demasiado, se convierte en soberbia y altivez, defectos fuertemente castigados por Belcebú, quien, como también es orgulloso en suma medida, no tolera que nadie trate de igualársele. Él es quien liderará la próxima rebelión, mano a mano con Lucifer, pues es astuto, ingenioso y tiene un hondo odio por ese otro dios quien tuvo la osadía de nombrarse como único.
Luce la corona del Príncipe; de ojos pequeños con cejas enarcadas que representan la introspección, mientras que sus grandes orejas puntiagudas simbolizan el ingenio, la astucia y una actitud siempre alerta. Se dice que es el señor de las moscas, sí, pero en realidad se puede decir que posee cualidades de un arácnido. Y es que las moscas son sus enemigos, sobre todo los representantes de la fe cristiana y los estados que dominan el mundo, que caerán pronto en una enorme telaraña para ser devorados por Belcebú. Mientras tanto, espera sentado en su trono, burlón, sarcástico e irónico al contemplar a esas criaturas que se sienten en la cima del poder, el orgullo y el dinero, y nada de ello valdrá a la hora de comparecer ante el tribunal de los Nueve Imperios, que les arrancarán la piel de los genitales y destrozarán sus cuerpos miembro por miembro sin que la piadosa Muerte se digne a llevarse sus almas.
Como es enemigo declarado del catolicismo, la mayor amenaza al imperio cristiano y el terror de la hegemonía capitalista, utiliza el poder de la llamada cruz satánica o de la confusión, nacida en Egipto, la cuna de la Caída primigenia. Con este símbolo siembra la locura en sus adversarios, inhibiendo su capacidad de raciocinio y provocando pensamientos suicidas; de la misma forma, en el fin de este tiempo, los enemigos se voltearán los unos con los otros y se comerán entre ellos. Por las mismas razones, es la divinidad más solicitada por brujos y hechiceros, aunque Belcebú, burlón y altivo, muchas veces los ignora o acude a ellos con la única intención de engañarlos y degradarlos hasta provocarles la muerte o la alienación completa. Aunque igual es cierto que gusta de acudir a los aquelarres y que sacrifiquen animales o personas en su nombre, al mismo tiempo que reniegan de Jesús y aquél llamado Dios o Jehová. Le gusta la carne humana y observar actos de canibalismo, por lo que su trato puede resultar sumamente peligroso, así como sus favores, aunque difíciles de conseguir, siempre son en extremo generosos. Todos estos puntos deben ser tomados en cuenta por quien sea que quiera llamar su atención, y el mejor consejo que puedo ofrecer a quien ya esté convencido de invocarlo es que lo haga en medio de un aquelarre y con una víctima que sufra en lugar de los asistentes, pues seguramente Belcebú exigirá sangre.
El rito para invocarlo, como los anteriores y posteriores descritos aquí, no lo detallaré ya que no seré yo el responsable de algún mal funcionamiento o sucesos contraproducentes que puedan traerle al practicante (aunque el verdaderamente interesado no tendrá dificultades para encontrar las fórmulas en otro sitio), pero en pos de mi objetivo de dar a conocer un poco de mi fe, doy ciertos aspectos que me parecen interesantes o relevantes de estos ritos.
El brujo o los brujos deben vestir túnicas color oro y usar durante la ceremonia incienso de lavanda. Un caliz ricamente adornado y de preferencia dorado recibirá de cada participante un poco de sangre y semen o flujo vaginal; debe agregarse también la sustancia de la víctima a sacrificar. El simple olor de este brebaje rebajado con vino tinto es suficiente para llamar la atención de Belcebú. Enseguida, con el estado hipersensible que inducirá la mezcla junto al incienso, se debe ofrecer el sacrificio (este paso debe realizarse por medio de un método específico, mas esto lo omitiré por las razones ya dichas). Una vez que la sangre de la víctima escurre por el altar, Belcebú tomará posesión de este cuerpo; con una veladora negra el brujo debe crear una corona con la flama y, sin perder un segundo, hincarse en reverencia. Belcebú, que transformará de maneras grotescas las facciones de su recipiente, entonces dirá la suerte a los hechiceros del aquelarre, concederá diversos favores a quien más le agrade, entre los que incluyen la astucia o poderes de dominación mental. Mas el invocante debe estar preparado, pues Belcebú es caprichoso y a veces gusta de sodomizar a quien le llama.

Hasta aquí dejaré por el momento la descripción de los Nueve Grandes. Creo que me he extendido demasiado y no quisiera aburrir o saturar a mis lectores, por eso me atrevo a pedir que dejen sus comentarios acerca de lo que piensan sobre estos nuevos post; si les llama la atención esta forma de ver el mundo, si creen que tiene sentido, crear tal vez un debate para enriquecer nuestros pensamientos, porque en los Nueve Imperios, aunque creemos firmemente en nuestra doctrina, siempre estamos abiertos a otras filosofías que puedan enriquecer la escuela. Eso nos han enseñado los dioses y ésa es la misión que nos han puesto para servirles. Espero entonces sus comentarios para ver si continúo con esta descripción quizá demasiado exhaustiva de los Grandes Dioses o si paso a otros asuntos.

Bafumet Acene

martes, 16 de agosto de 2016

La culpa del muerto

He decidido redactar los próximos días algunas entradas en respuesta a varias preguntas (y algunos cuestionamientos que, francamente, me parecen ofensivos) planteadas por ustedes, mis lectores, acerca del grado de realidad, veracidad, o como quieran llamarlo, contenida en mis escritos. Es mi intención explicar aquí todo. Se los debo a ustedes, que me han seguido y han creído en mí y en mis letras.
Empezaré por lo más absurdo, que son los cuestionamientos, y hasta una que otra afirmación malintencionada, acerca de que si yo en la vida real he cometido alguna de las atrocidades que describo en mis relatos; a saber: violaciones, estupros, torturas de diversas clases, fetichismos, parafilias y, finalmente, asesinatos. Es un error usual, aunque muchas veces justificado, el identificar al autor con sus personajes, y es un error aún más grave querer hacerlo con las escenas o situaciones que describe. Se trata del gran error que se ha cometido, por ejemplo, con Sade, a quien desde hace siglos se le toma como un depravado, como “el apologista del mal”, de la lujuria criminal y un largo etcétera, cuando, fuera de un par de errores sin importancia cometidos durante su juventud, nunca mostró la actitud despótica, degradante y delictiva con que pinta a sus personajes; muy por el contrario, cualquier estudioso de este revolucionario francés sabe que repudiaba las figuras de sus creaciones, pues representaban una crítica a la clase opresora que lo había encarcelado y que abusaba de todas las formas posibles del pueblo. De igual manera, es inmaduro pensar que porque yo escriba sobre violaciones y asesinatos sea un violador y un asesino, casi como creer que Lovecraft adoraba a dioses extraterrestres o Dunsany visitaba las tierras de los trolls y los duendes. No, nunca he tenido relaciones sexuales sin el consentimiento de la otra persona, así como tampoco he lastimado seriamente a nadie, mucho menos cometido un homicidio con el fin de rendir tributo a alguna divinidad o para satisfacer placeres oscuros. Por lo demás, lo que haga en la intimidad o cómo decida disfrutar mi vida sexual… bueno, eso no le importa a nadie salvo a mí.
Ahora bien, la otra cuestión en la que ha habido mucha insistencia por parte de mi público ha sido acerca de mis creencias personales. Me encontré en un foro, en el cual se discuten temas sobre literatura, un acalorado debate sobre mi obra, donde la gente, en general, trataba de darle un sentido a mi insistencia en hablar sobre un mismo tema en gran parte de mis textos: el Diablo. Asimismo, he recibido no poca cantidad de mensajes por las redes sociales y correo electrónico con una misma pregunta. ¿De verdad soy satánico, o se trata de un símbolo de la maldad humana, una crítica política o simplemente es un mero estilo? Me permitiré extenderme un poco en este punto antes de dar la respuesta a esta duda que invade a mis lectores.
Bien ya dije que es una fatal equivocación identificar al escritor con sus personajes y su obra en general. En la literatura, en la música, prácticamente en toda arte, el creador también se convierte en un personaje. A pesar de que tenemos entrevistas, presentaciones, conferencias, etc., que nos acercan, en este caso, al escritor, nunca podremos conocer a la persona que éste es, a menos que seas su amigo o familiar, y aun en este caso se podría poner a discusión. El autor de carne y hueso es inalcanzable. Por lo tanto, vuelvo a preguntarme de dónde sacan ustedes que comparto las ideologías y que hago míos los temas de los que escribo. No obstante, debo admitir que en este punto acertaron parcialmente, aunque sólo por casualidad. Y es éste el otro motivo por el cual, luego ya de los años transcurridos y de que por fin comuenzo a despegar como un autor reconocido, decidí llenar mi blog con estas entradas explicativas. No soy satánico, mas sí luciferista, pero no se apresuren a emitir un juicio sobre mí, pues el sistema de creencias, incluidas mis prácticas y costumbres, se aleja bastante de lo que la mayoría entiende por satanismo.
Antes de compartirles mi visión del mundo, quisiera revelarles la razón por la que he usado la literatura para hablar de algo tan personal y que, aparentemente, contradice todo lo que he argumentado hasta ahora. Es precisamente por esa ambigüedad y por la polivalencia de la literatura por la que la uso. Ustedes, amigos míos, incluso con esta guía que les estoy regalando, nunca podrán saber por completo lo que es cierto o falso en mis cuentos, novelas y poemas. De igual forma es una manera efectiva, hasta cierto punto, de protegerme gracias a la libertad de expresión y al innegable carácter ficticio de mi obra. Nadie podrá entonces, para silenciarme, acudir a una acusación de apología del crimen, incitación o cualquier tontería legal, y en dado caso de querer actuar tendrían que hacerlo por otros medios más oscuros y, por lo tanto, más convenientes para mí. ¿A qué me refiero exactamente con eso? Prefiero dejarlo a la especulación. Como iba diciendo, tomé por buena la estrategia de usar mi talento literario, mucho o poco, para compartir y predicar mi fe. Si muchos autores mediocres pueden hacer cosas similares o llenarle la cabeza a la gente de estupideces sin sentido, quimeras y estratagemas para convertirlos en marionetas al servicio de los poderosos, ¿por qué no hacerlo yo cuando mis intenciones son más nobles que las de esos tiranos y necios? Y aunque mis lectores no deseen aceptar estas creencias porque ya tienen las suyas o porque sencillamente no les llama la atención mi estilo de vida, todavía podrán disfrutar de mis letras y aprender, reflexionar, experimentar una catarsis con ellas, porque eso es lo bello del arte: no tiene una sola interpretación y puede trascender a su propio creador, así como ha pasado con el hombre y su dios. Sé que muchos de mis fieles seguidores son amantes del cine gore, del terror, de los temas paranormales y ocultistas, así que siempre podrán encontrar material de ese tipo para entretenerse; sin embargo, también el interesado en la política o la filosofía podrá sacar provecho al leer las oraciones impresas en mis libros aunque no por ello se vaya a convertir a mi religión. Ustedes pueden utilizar como mejor les convenga lo que escribo. Es parte de mi fe el respetar la libertad y los derechos de mis semejantes.
Por este día es todo. El fin de semana subiré otra entrada para comenzar a exponer en qué consiste pertenecer a mi culto. Me retiro, no sin antes declarar que no es mi intención ofender ni provocar a nadie, pero si estas publicaciones lo hicieran, también debo decir que, en dado caso, será por el estrecho criterio del ofendido. Buenas noches.

Bafumet Acene