Es un gran gusto saludarlos una vez más. Me alegra
mucho ver todas las visitas que tuvo el blog desde publicado el último post, y
más alegría me produjo leer sus comentarios de apoyo (descartando, por
supuesto, las ofensas e imprecaciones de los desertores y enemigos, que nunca
faltan), ya sea que compartan mis ideales o no, pero siempre presentando sus
opiniones con respeto, como debe ser. Ahora, como lo prometí, en esta entrada
explicaré bien a bien en qué consiste el culto que predico, con lo cual espero
arrojar un poco de luz a la figura de un escritor usualmente calificado como
subversivo, transgresor, pornográfico, aunque también etiquetado como un genio
contemporáneo, que adoptó el nombre de Bafumet Acene.
Pertenezco a un pequeño
grupo (llámese secta, si así se quiere, pese a que nosotros preferimos evitar
tal calificativo) en ascenso llamado La Orden de los Nueve Imperios. Nos
definimos como un culto de verdaderos
satanistas, con sus orígenes en tiempos inmemoriales, casi desde que el hombre
es hombre, y no como los nuevos movimientos blasfemos y difamatorios que llenan
de sofismas las cabezas de los fieles y se han ido apropiando de nuestros
símbolos para justificar una supuesta rebelión, fachada infame que tapa sus
verdaderas intenciones, que son saquear el bolsillo de la gente y no pagar
impuestos para vivir cómodamente en esta sociedad degradada, asquerosa; ellos son
moscas que desprestigian la verdadera fe de Satán, y deben ser aplastadas para
que dejen de esparcir excremento por donde quiera que pasan. Debe quedar bien
claro que el auténtico satanismo no es únicamente una religión, sino todo un
estilo de vida diseñado para elevar al hombre a su máxima expresión, un ser
extraordinario capaz de conjuntarse con las criaturas cuasi perfectas conocidas
como demonios, capaces de realizar actos que desafían lo que hemos definido
como leyes naturales y, con la ayuda del Señor, utilizar las fuerzas del
Universo para cambiar el mundo a su antojo y elevar el espíritu hasta el punto
de gobernar hasta el último rincón del cosmos, en espera del momento en que
debamos volver al centro del Todo.
El nombre de Los Nueve
Imperios se desprende de nuestra creencia de que el Universo está regido por
nueve deidades principales, que al mismo tiempo comandan las legiones de los seres
angelicales, emisarios del Autor, para ayudar o castigar a los hombres y otras
creaturas inteligentes y así mantener el equilibrio de las cosas. Los nueve
Grandes Dioses son los siguientes:
Asmodeus, el ser de muchos rostros. Es la deidad que representa la
lujuria y la ira, ambas cualidades que nosotros consideramos no sólo buenas,
sino necesarias para el desarrollo del ser humano. Él es quien defiende la
libre sexualidad y las pasiones humanas, sean las que sean, pues todo instinto
natural debe ser respetado y, más aún, seguido. Es quien ayuda a sus adoradores
a unirse con diversas parejas sin que sentimientos limitantes, como el amor,
destruyan el placer; también ayuda a sus seguidores a entregarse libremente al goce
sin preocuparse por enfermedades o embarazos no deseados, pues el que busca la
plenitud, y ha trabajado para ganarse el favor de esta divinidad, merece
hacerlo sin obstáculos. De igual forma, este mal llamado diablo inspira a los
artistas para crear obras que enaltezcan sus figura y pregonen la filosofía que
nace de su seno. A él se debe recurrir cuando la sed de venganza carcome el
alma, pues ayudará a consumarla por los medios que el adorador prefiera. Ayuda
directamente en el proceso de crecimiento espiritual, pero no por eso debemos
pensar que es menos poderoso que sus colegas, pues su ego es grande y a quien
lo ofenda le espera la más terrible de las venganzas.
Como todo ser
espiritual, no posee forma corpórea, aunque se le suele representar como un ser
con varias cabezas, una de ellas humana, otra de un toro, una más de un carnero
y una cuarta de una criatura parecida a un ogro, todas ellas símbolos de su
poderoso líbido, ya que es verdad que posee el ingenio de un hombre, la fuerza
de un toro, la virilidad y fertilidad de un carnero y la ira y el desenfreno de
un ogro. Asimismo, se presenta a quien lo invoque como una persona galante,
atractiva y de finos modales, sin embargo, se debe evitar, como con todas las
deidades, verlo directamente a los ojos, pues su poder es tal que puede matar o
sumir a una persona en la más honda locura en caso de mirarlo por los espejos
que reflejan su alma.
Para invocarlo, el
practicante debe permanecer tres días en un ayuno completo (incluyendo el
ámbito sexual) por la ironía con respecto a las prácticas de los ignorantes
amantes que deseaban combatirlo permaneciendo en el lecho nupcial por ese lapso
antes de consumar su matrimonio; se debe vestir con una túnica roja, símbolo
del deseo carnal y la pasión, pero cuidando de tener la cabeza descubierta todo
el tiempo, puesto que, como ya se dijo, a este espíritu le gustan los buenos
modales; una vez que se logra materializar a Asmodeus, se debe permanecer con
la cabeza agachada. Él responderá cualquier pregunta que se le formule,
incluyendo información sobre acontecimientos futuros, pero el tema que más le
gusta es, por supuesto, el de las relaciones íntimas. Cura impotencia,
infertilidad, disfunción eréctil, falta de apetito sexual y ayuda a conseguir a
las parejas deseadas, sean quienes sean. Sin embargo, se debe tener cuidado en
cada uno de los pasos, porque éste es un demonio bromista, y se complace
engañando y gastando bromas a quien comete cualquier tipo de error al hablar
con él. Es más propicio invocarlo en los meses de enero y febrero. Y una vez
que se ha pactado con él, el sujeto recibe un anillo, símbolo de la unión con
el dios; el adorador de Asmodeus es capaz de leer los pensamientos de sus
semejantes, pasar desapercibido en un lugar abarrotado de gente y adquiere una
potencia sexual extraordinaria. Mas hay que rendirle tributo entregándose a
cualquier pasión que conciba la mente, aun si se trata de incesto, estupro,
violación, bestialidad o necrofilia, pues no hay nada prohibido o que sea
antinatural para este ser; él está por encima de la moral y las leyes humanas,
y protegerá a sus servidores.
Abaddon, la estrella del abismo sin fin, el portador de todas las plagas,
el Destructor, el Cazador de olfativos. Con estos y muchos nombres más se le
conoce a este dios, y existe a su alrededor muchas discusiones acerca de su
naturaleza: si es un ángel escogido por el dios cristiano para castigar, o
transportar a los muertos al otro lado, que si es un demonio que traerá consigo
infinitas langostas para torturar a los seres humanos en el fin de los tiempos,
que si será precisamente él quien finalmente encadenará por el resto de la
eternidad a Satanás. Todas estas teorías nacen de la ignorancia y la poca
capacidad de comprensión unidas al manejo político de ese hormiguero corrupto
llamado Iglesia, porque lo que sucede con Abaddon, y los demás dioses, es que
posee una dualidad, y más en este caso en particular en el cual intervienen
ciertas circunstancias que los altos mandos del Vaticano se han esforzado por
ocultar (con un temor muy justificado) y que ahora les presentaré.
Abaddon surgió del seno
del Todo en los primeros instantes de la Creación, y contempló el Caos primigenio,
con lo que pudo vislumbrar también el fin de todas las cosas. Es por ello que
el Todo lo nombró como el portador de la Verdad, el que puede ver las cosas en
sí mismas y se convirtió, como más tarde lo nombrarían los denominados hijos de
Set, en el Destino. Durante la construcción de este nuestro mundo, Abaddon
miraba solitario las transmutaciones y el acomodo de la Tierra y de vez en
cuando modificaba la arquitectura. Fue de esta manera como creó (algunas
teorías dicen que por accidente, pero en verdad fue un plan concebido en el
ocio y la soledad) al ser humano, a quien hizo de tamaño mediano en comparación
a los demás seres vivos para que pudiera vivir cómodamente, le dotó de
inteligencia y, por razones oscuras, lo cargó con una gran energía sexual. El
primer humano fue hembra, pues a Abaddon le gusta la perfección. Él, por
supuesto, sabía muy bien cuál sería el rumbo que tomarían las cosas, pero al
ser el primer brazo del Todo, adquirió ciertas propiedades cercanas a los
sentimientos, razón por la que continuó con su proyecto, con el inexplicable
permiso del Padre. Llegó el punto en que sus hijos alcanzaron la civilización,
y con ello le dieron la espalda, hasta el momento de levantar el gran Imperio
occidental y judeocristiano que nos domina a la fecha. Entonces el Todo lo
condenó, y su mayor atributo, la clarividencia, se convirtió en su más
insoportable maldición. Abaddon conoce el Fin, es el Fin en sí mismo; es una
deidad nostálgica que añora a sus hijos perdidos en el camino y por los que
está condenado a torturarlos y castigarlos al ser el portador del caos y la
destrucción, el causante de las guerras. De la misma manera, es el elegido para
revelar a sus hijos selectos el plan que traerá consigo el nuevo orden.
Cuando llegue el día,
Abaddon ascenderá de la tierra junto a sus hermanos, desatando la última de las
guerras que traerá consigo enfermedades y pestes nunca antes vistas, y los
infieles y blasfemos sufrirán terribles dolores, sus carnes arderán a la
temperatura del sol, miles de agujas atravesarán sus pieles, aceite hirviendo
penetrará por sus intestinos, pero no podrán morir, sino que sufrirán estos y
miles de suplicios más hasta expiar sus culpas.
A este ente también se
le conoce como el cazador de olfativos, y esto se debe a que persigue a los
médiums de esta clase (les recomiendo investigar sobre tipos de médiums y, en
general, consultar libros sobre ocultismo y espiritismo), pues como él mismo es
el Sabueso, anhela el don de estas personas y desea absorber sus espíritus.
Pese a esto, a Abaddon no se le puede invocar, a menos de que pertenezcas a sus
favoritos.
Lamashtu. Esta deidad, como todos los seres de los altos planos
espirituales, carece de sexo o género; no obstante, a unas de sus partes se le
nombra como una entidad femenina por los atributos que describiré enseguida.
Lamashtu tiene un gran instinto maternal que muchas veces se le malinterpreta
y, en medio de la manipulación cristiana, toma un carácter negativo. Es la
madre de los niños de los ojos negros, infantes que han fallecido recién
nacidos o a muy temprana edad; estos pequeños, tan populares en relatos y
leyendas, que aparecen en las ventanas y tratan de entrar a una casa, Lamashtu
a veces busca a uno (nadie sabe cómo o por qué los elige) y se lo lleva consigo
para sacarlos de ese, podríamos decir, purgatorio y regresarlos al ciclo
universal. La patrona del control natal, su papel en el fin del tiempo moderno
es volver infértiles a todos los no selectos para así limpiar la especie y
crear una nueva raza humana que lleve al mundo a una era de prosperidad.
Tiene cabeza de león
(algunos artistas la representan como de chacal), orejas de burro, patas de
cuervo y grandes manos que sostienen una serpiente cada una. Algunos expertos
la asocian con el espíritu de los mitos ocultistas vulgarmente llamado Manotas,
pues, como se sabe, Lamashtu es la madre de varios monstruos y criaturas antes
humanas, que le sirven en sus misiones en el campo corpóreo. Va montada en un
burro que tiene los ojos inyectados en sangre y a veces se le pinta amamantando
a un perro y a un cerdo.
Lamashtu, en su búsqueda
permanente de hijos que pueda criar y educar para la próxima revolución, se le
presenta en sueños a las embarazadas y madres recientes. Su accionar resulta
misterioso, y es que es un ser de otro plano y no busca o pide las cosas como
cualquier persona lo haría; los sueños que induce son confusos, muchas veces
atemorizantes, en los que la diosa le pide a las madres que entreguen a sus
hijos, o en otras ocasiones las incita a educarlos como ella lo haría, en la
medida de lo posible. Igualmente se les presenta a las parejas de ellas, con el
objetivo de seducirlos y robar su semen para crear otras criaturas, mas estas
tareas suele dejárselas a sus emisarios, conocidos como súcubos e íncubos. La
ignorancia y el miedo, así como el oportunismo de la Iglesia, originó la
creencia de que la diosa rapta y asesina a mujeres y sus maridos, o que se
lleva a los recién nacidos para devorarlos. Nada más lejano a la realidad.
Aunque quizá esté un poco justificado ese temor, porque, como ya dijo, sus
métodos nos pueden parecer siniestros por estar fuera de nuestro entendimiento.
Aparte, trae consigo los vientos y la lluvia para las cosechas, en beneficio o
perjuicio, dependiendo su voluntad sobre la vida o muerte de los habitantes del
mundo. Es la asesora de los políticos. En una curiosa y aparentemente
contradictoria estrategia, los incita a la corrupción y otros vicios para luego
castigarlos, pero esto se trata de una prueba para elegir a los aptos para
gobernar en el nuevo orden.
Su dualidad masculina
lleva el nombre de Pazuzu, el rey de
todos los vientos y el guardián de la Puerta. Cabeza de león y cuerpo humano,
con las manos apuntando hacia la vida y la muerte, la maldad y el bien, de gran
pene en forma de serpiente y enormes alas iguales a las del halcón. Pazuzu es
el amo y señor de los íncubos y súcubos, quien guarda el semen que ellos
recolectan. Su función principal es el de regresar a sus respectivos planos a
los diversos espíritus de cualquier jerarquía que se han rebelado y se han
salido de la causa fundamental. Este es un demonio (y se me disculpará que
empiece a emplear este término, pero es que en realidad es muy hermoso por sus
connotaciones actuales) muy interesante del que me gustaría hablar en otra ocasión.
A Lamashtu, y a su parte
masculina, se le puede llamar por medio de un sacrificio, mas el lector no debe
pensar que, como difaman los católicos, es necesario matar a un bebé para
atraer la atención de la diosa. No. Es suficiente una minúscula cantidad de
sangre, ya sea animal o humana, y puede ser la propia, aunque funciona mejor
si, efectivamente, es la de un recién nacido, aunque el pequeño no necesita
estar siquiera presente en la ceremonia, basta con tomar una gota de su sangre
en un papel y ofrecérsela a la diosa. Ella, si el que llama resulta de su
agrado, podrá ayudar en los lances amorosos, así como puede fungir de
ajustadora de cuentas en casos de infidelidad, y pondrá en las propias manos
del seguidor el poder sobre su descendencia. Se le puede pedir el favor de
conseguir un puesto político o algún cargo similar, sin embargo, hay que tener
cuidado porque desde ese momento te estás sometiendo a una prueba para ver si
eres capaz de resistir las tentaciones y convertirte en alguien digno para pertenecer
a los escogidos para la nueva era.
Belcebú, igualmente reconocido como Baal, el Señor de las moscas,
apodo originalmente peyorativo usado por los hebreos para referirse a este dios
ya conocido por los filisteos, quienes practicaban sacrificios humanos y
dejaban los cuerpos en los templos, que se llenaban de moscas. Él es el sumo
representante del honor y el orgullo, y ayuda a quienes disfrutan de su favor a
que se cumplan sus más grandes ambiciones, de cualquier tipo. No obstante, si
ese orgullo crece demasiado, se convierte en soberbia y altivez, defectos
fuertemente castigados por Belcebú, quien, como también es orgulloso en suma
medida, no tolera que nadie trate de igualársele. Él es quien liderará la
próxima rebelión, mano a mano con Lucifer, pues es astuto, ingenioso y tiene un
hondo odio por ese otro dios quien tuvo la osadía de nombrarse como único.
Luce la corona del
Príncipe; de ojos pequeños con cejas enarcadas que representan la
introspección, mientras que sus grandes orejas puntiagudas simbolizan el
ingenio, la astucia y una actitud siempre alerta. Se dice que es el señor de
las moscas, sí, pero en realidad se puede decir que posee cualidades de un
arácnido. Y es que las moscas son sus enemigos, sobre todo los representantes
de la fe cristiana y los estados que dominan el mundo, que caerán pronto en una
enorme telaraña para ser devorados por Belcebú. Mientras tanto, espera sentado
en su trono, burlón, sarcástico e irónico al contemplar a esas criaturas que se
sienten en la cima del poder, el orgullo y el dinero, y nada de ello valdrá a
la hora de comparecer ante el tribunal de los Nueve Imperios, que les
arrancarán la piel de los genitales y destrozarán sus cuerpos miembro por
miembro sin que la piadosa Muerte se digne a llevarse sus almas.
Como es enemigo
declarado del catolicismo, la mayor amenaza al imperio cristiano y el terror de
la hegemonía capitalista, utiliza el poder de la llamada cruz satánica o de la
confusión, nacida en Egipto, la cuna de la Caída primigenia. Con este símbolo
siembra la locura en sus adversarios, inhibiendo su capacidad de raciocinio y
provocando pensamientos suicidas; de la misma forma, en el fin de este tiempo,
los enemigos se voltearán los unos con los otros y se comerán entre ellos. Por
las mismas razones, es la divinidad más solicitada por brujos y hechiceros,
aunque Belcebú, burlón y altivo, muchas veces los ignora o acude a ellos con la
única intención de engañarlos y degradarlos hasta provocarles la muerte o la
alienación completa. Aunque igual es cierto que gusta de acudir a los
aquelarres y que sacrifiquen animales o personas en su nombre, al mismo tiempo
que reniegan de Jesús y aquél llamado Dios o Jehová. Le gusta la carne humana y
observar actos de canibalismo, por lo que su trato puede resultar sumamente
peligroso, así como sus favores, aunque difíciles de conseguir, siempre son en
extremo generosos. Todos estos puntos deben ser tomados en cuenta por quien sea
que quiera llamar su atención, y el mejor consejo que puedo ofrecer a quien ya
esté convencido de invocarlo es que lo haga en medio de un aquelarre y con una
víctima que sufra en lugar de los asistentes, pues seguramente Belcebú exigirá
sangre.
El rito para invocarlo,
como los anteriores y posteriores descritos aquí, no lo detallaré ya que no
seré yo el responsable de algún mal funcionamiento o sucesos contraproducentes
que puedan traerle al practicante (aunque el verdaderamente interesado no
tendrá dificultades para encontrar las fórmulas en otro sitio), pero en pos de
mi objetivo de dar a conocer un poco de mi fe, doy ciertos aspectos que me
parecen interesantes o relevantes de estos ritos.
El brujo o los brujos
deben vestir túnicas color oro y usar durante la ceremonia incienso de lavanda.
Un caliz ricamente adornado y de preferencia dorado recibirá de cada
participante un poco de sangre y semen o flujo vaginal; debe agregarse también
la sustancia de la víctima a sacrificar. El simple olor de este brebaje
rebajado con vino tinto es suficiente para llamar la atención de Belcebú.
Enseguida, con el estado hipersensible que inducirá la mezcla junto al
incienso, se debe ofrecer el sacrificio (este paso debe realizarse por medio de
un método específico, mas esto lo omitiré por las razones ya dichas). Una vez
que la sangre de la víctima escurre por el altar, Belcebú tomará posesión de
este cuerpo; con una veladora negra el brujo debe crear una corona con la flama
y, sin perder un segundo, hincarse en reverencia. Belcebú, que transformará de
maneras grotescas las facciones de su recipiente, entonces dirá la suerte a los
hechiceros del aquelarre, concederá diversos favores a quien más le agrade,
entre los que incluyen la astucia o poderes de dominación mental. Mas el
invocante debe estar preparado, pues Belcebú es caprichoso y a veces gusta de
sodomizar a quien le llama.
Hasta aquí dejaré por el
momento la descripción de los Nueve Grandes. Creo que me he extendido demasiado
y no quisiera aburrir o saturar a mis lectores, por eso me atrevo a pedir que
dejen sus comentarios acerca de lo que piensan sobre estos nuevos post; si les
llama la atención esta forma de ver el mundo, si creen que tiene sentido, crear
tal vez un debate para enriquecer nuestros pensamientos, porque en los Nueve
Imperios, aunque creemos firmemente en nuestra doctrina, siempre estamos
abiertos a otras filosofías que puedan enriquecer la escuela. Eso nos han
enseñado los dioses y ésa es la misión que nos han puesto para servirles.
Espero entonces sus comentarios para ver si continúo con esta descripción quizá
demasiado exhaustiva de los Grandes Dioses o si paso a otros asuntos.
Bafumet Acene
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